LA PALABRA POÉTICA Y SUS ESTIGMAS IV Julia Prilutzky Farny Alguna vez, de pronto, me despierto: Un dolor me recorre tenazmente, un dolor que está siempre, agazapado, por saltar, desde adentro. Entonces tengo miedo. Entonces, me doy cuenta que estoy sola frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo lleno de mis imágenes, de rostros polvorientos.
Estoy sola, pero siempre estoy sola: Es lo único cierto. El amor era un huésped, la soledad es siempre el compañero que permanece al lado, inconmovible. Lo único seguro, verdadero. Oigo mi corazón, vieja campana que dobla y que golpea, que rebota en las sienes y en la nuca y en la boca y los dedos. Es cierto, tengo miedo. Miedo de no poder gritar, de pronto, de que ya sea demasiado tarde para un ruego. La costumbre ahoga las palabras y alarga el desencuentro. Ah, tantas cosas quedarán ocultas, perdidas, sin recuerdo, tantas palabras que no fueron dichas, tantos gestos.
Unos dirán: Yo sé, la he conocido, fue una ardiente rebelde, se desolló las manos y la vida por defender los que creyó más débiles. Otros dirán: Yo sé, la he conocido, era dura, malévola, avara de ternura, con la boca mostraba su desprecio. Alguien dirá: Y cómo sonreía... Qué importa lo que vendrá después del gran silencio. Claro que tengo miedo. Así, en la madrugada mientras algún dolor -un dolor, siempre- va hincando sus agujas en mi cuerpo, abro las manos en la sombra dulce para atrapar mi soledad, de nuevo, y me quedo a su lado, sin moverme, con los ojos abiertos la vida detenida. Toda mi sangre es un temor inmenso.
Y así, en medio de un febril temor, no pude distinguir lo heroico de abrazarme a mi propia soledad. Paralizada, creyéndome vencida, en la maldita costumbre del vértigo, no supe (o no quise) ver que el resto, los otros, persisten solo para evitar encontrarse con ese preciso instante. Marilú Ferro
Copyright Marilú Ferro. Julio 2012
|