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“Ama el arte,
que de todas las mentiras
es la menos falaz”
Gustave Flaubert
El desencuentro |
“Entretanto, la enfermera había oído las noticias y parecía ya libre de su mal y había luz en sus ojos. Se levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Con una sonrisa y sin decir palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch’ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios. Chang Yi siempre había apostado su futuro a la política. Como funcionario de Hunam su labor había sido impecable, logrando durante gran parte de su vida perdurar en su cargo. Por ello, cuando un joven colega le pidió la mano de su hija, enceguecido por su afán de permanecer en el candelero, no dudó en aceptar.
Poco tiempo tardó en reconocer su error: Ch’ienniang, su joven y hermosa hija, se marchitó ante sus ojos y en unos días cayó presa de la inconciencia y así quedó, en su virginal cama y sin ánimos de vivir por largos años. Desesperado y ante la noticia de que Wang Chu, el primo dilecto de su hija, había embarcado para irse del país, supo la verdad: su más preciado tesoro estaba muriendo de amor y de pena. Ch’ienniang ha sido entregada por su padre a un joven funcionario de futuro prometedor. El dolor que me aqueja es tan intenso que sólo puedo pensar en marcharme, tan lejos que sus noticias no puedan llegar hasta mí. Como madre pendiente de su única hija supo que la decisión adoptada por Chang Yi estaba errada. Ella veía el fulgor de los ojos y el rubor de las mejillas de Ch’ienniang cada vez que alguien nombraba a su apuesto primo. Y observaba el cuidado con el que la joven elegía su ropa y preparaba su peinado antes de encontrarse con él. Cuando Ch’ienniang supo, de boca de su padre, que debería casarse con el promisorio funcionario que solía venir a cenar con ellos, sintió la boca seca y las manos temblorosas. Inclinó la cabeza para que Chang Yi no viera las lágrimas que pujaban por salir de sus ojos y aceptó su destino, sabedora de que su deber filial le impediría oponerse a la decisión. Victoria Nasisi
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