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“Ama el arte,
que de todas las mentiras
es la menos falaz”
Gustave Flaubert
PERSONAJES IMPENITENTES
Por ejemplo, apuesto que habéis imaginado hacer maravillas al reducirme a una abstinencia atroz en relación con el pecado de la carne. Pues bien, os habéis equivocado: habéis inflamado mi cabeza, me habéis hecho formar fantasmas que será necesario que concrete. Eso empezaba a pasárseme, pero va a volver a comenzar con mayor fuerza. Cuando se hace hervir una olla, tras sabéis que inevitablemente desborda". Amarga afirmación que terminará en una sorprendente realización: el célebre rollo de doce metros y diez centímetros, completamente cubierto por una escritura pequeña; incluso, el marqués dará vuelta el manuscrito y lo cubrirá todo del otro lado. Ochenta metros y veinte centímetros de papel, poblado por una impresionante cohorte de "fantasmas": el duque de Blangis, el Obispo de... , su hermano, el Presidente de Curval, Durcet, sus esposas Constance, Adélaide, Julie y Aline. Agreguemos a madame Duclos, madame Champville, La Martaine y la Destranges; añadamos a las ocho muchachas y a los ocho jóvenes, los ocho valets, los sirvientes, un total de cuarenta y seis personajes cuyos retratos están meticulosamente pintados y sus funciones maniáticamente repertoriadas. Cuarenta y seis fantasmas formados en una cabeza inflamada. ¡Indudablemente, la olla iba a rebasar! Este breve extracto de la correspondencia de Sade plantea fundamentalmente la problemática del personaje en la novela. En principio, en su relación con lo real: la representación escrituraria y ficcional de un individuo es la realización imaginaria de un "ser de papel", no la manifestación verdadera de una persona. En este sentido, los cuarenta y seis personajes de Los ciento veinte días de Sodoma no son sino "fantasmas": en el sentido más clásico, apariencias engañosas, ilusorias, quimeras, maniquíes. Cuando Sade redacta escrupulosamente su obra, entra en la escritura: el despliegue del largo rollo reemplaza la temporalidad lineal de la vida. Los retratos apilados en el desarrollo de la novela reemplazan el volumen real de los seres; el espacio del castillo define el espacio cerrado de un mundo donde la lógica del personaje se vuelve específicamente la del texto. Fuente: El personaje en la novela, de Jean-Philippe Miraux |